“To dream the impossible dream
To fight the unbeatable foe
To bear with unbearable sorrow
To run where the brave dare not go”
- Letra de “The Impossible Dream”
de “Man of La Mancha”
¿Cómo sería la vida de Raúl Juliá hoy si aún estuviera en este plano? Hay quienes piensan que el aclamado actor puertorriqueño estaría en la liga de un De Niro, Al Pacino o a la estatura de un Jack Nicholson.
A mi juicio, el versátil actor estaría hoy en su propia liga. Una liga intocable e insuperada. Juliá fue, es y será incomparable.
Se nos fue a destiempo, pero su trabajo en teatro y cine, así como su labor humanitaria, superaron por mucho lo que la mayoría de los seres humanos logra en una vida entera.
Por ello, a 30 años de su lamentable partida, hoy celebramos la obra y legado de quien debe ser considerado como un prócer boricua.
En esta edición especial, rendimos tributo a Juliá en cuatro actos que intentan capturar la esencia de la estrella en todas sus facetas y consignar el colosal impacto de su gesta en las nuevas generaciones.
Durante un lustro de mi adolescencia, viví en Massachusetts en tiempos en los que muy pocos latinos eran proyectados ante las masas como referentes exitosos en el campo de las artes o en cualquier rubro. En ese entonces, descubrí a un Juliá cabalgando hacia la cima como el gran Quijote boricua en un anuncio que invitaba a verlo en “Man of La Mancha” durante su gira teatral. En la pantalla chica anglosajona, se me infló el pecho al verlo promocionar a Puerto Rico como un destino mágico para visitar. Y cómo olvidar su inescapable presencia en la pantalla grande, en aquel cine en Fitchburg, mientras Juliá le daba una vida única a “Gomez” en Los Addams.
Puerto Rico está en deuda con Juliá, y recordar su legado es parte de una asignatura obligada de agradecer y recompensar todo lo que hizo por el país, por las artes y por el prójimo durante su magistral paso por el planeta.
Como puertorriqueño, le doy las gracias a Juliá, a nombre de ese adolescente de 14 años sentado frente a la tele durante esas frías noches de Nueva Inglaterra, quien al verle internalizó que los boricuas podemos lograr lo que queramos y que, en realidad, no hay sueños imposibles.